laberinto de varo
Estoy en un laberinto – termino registrando al final de la particular transcripción del audio nº 28 de la noche del 29 de enero. Pero cuál -me pregunto. Y a quién hago caso… a Cortázar o a los demás.
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Yo entonces parece cierto que debÃa de hablar y escucharme y traducirnos a ambas incluso en estado semi-hipnótico. Y estoy tan perdida al llegar a ese final que no logro ni hilar que quise decir con eso. ¿En qué sarcófago sellado se guardarán tan secretamente esos momificados residuos cerebrales que luego ni siquiera dejan rastros para este olfato tan trastornado por la peste del Amor?
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Y lo único a lo que le encuentro sentido es a este párrafo de aquel diálogo:
– Estoy en un pasillo perdida. En un pasillo de hotel. Salgo por la puerta. Miro hacia los dos lados y me voy como una ladrona (y esto según las pocas notas existentes sólo pude decirlo yo, porque se supone que de las dos soy la única que tengo conciencia). Me divierte irme como una ladrona (sÃ, ahà está Ella a continuación, convivimos en el espacio de una pausa inexistente). Ahora ya no es como antes. Ya no escondo nada. Ese hombre… ese hombre que no pasó la noche conmigo. Que se fue de mi cuarto como se van los amantes, ensordecido por mi olor, embozado… (y me consta que ya no, no es como antes porque ayer a la tarde cuando me convenció para escribirle me demostró que aún no lo era)
Que sepas que me haces pasar vergüenza.
-Los Amantes -insiste Ella. Nunca tuve una sensación tan grande de ser una Amante. Era una traición en regla . Él abandonaba mi cama para irse con ella. Para echarse a su lado y mecerla contra él. Le echo de menos. Le echo mucho mucho mucho de menos.
No imagino, no quiero imaginarlo. Cómo serÃa echarlo más de menos ( y sin duda esto ya lo digo yo pero ya no puedes no imaginártelo, querida mÃa, no tienes ningún remedio; ahora yo lo he sabido ya, y fuiste tú la que me hiciste concurrir de nuevo por esos trópicos infernales de la desazón y de la angustia. Donde te juré y te perjuré que no regresarÃamos, pero fui yo quien estuvo allà sola, porque tú no estabas, ¿dónde estabas tú? No te sentÃ. Tú es evidente que te ausentas a placer de mà y nunca desciendes conmigo a mis avernos. Te quedas del otro lado de la Estigia y te veo sonreÃrme mientras me voy ¿Cómo voy a poder confiar en ti a partir de ahora? )
– No hablemos de eso. O dame al menos un margen. Recuerda aquello que te dije acerca de los tiempos que Él se sabÃa y tú no. Y sobre lo otro… esa parte que no podemos escribir nosotras… también podrÃamos saber donde encontrarla…
Pero NO ES NUESTRA
– ¿Y por qué piensas que no es lÃcito hurtar sensaciones? Dime, qué sentiste al leerla tú. ¿No sentiste, hipócrita de mierda, que eso es lo único que te habrÃa gustado que te dijera a ti? Me tienes harta con tu estrecha moral de puta rancia. Aprende a relajarla y saldremos ganando las dos. Acuérdate, soy yo quien te da el siguiente pie: Soledad…
Tengo que escribir un cuento para la Soledad. Para cambiarle el nombre. Yo escribo cuentos. Quiero escribir cuentos para cambiarles el nombre. Cuento para la Soledad. Pensemos.
– No, no, no. Deja a la Soledad quieta de momento. Ya no es otra vez el tiempo de la Soledad. Aprende a disfrutar del instante. Las niñas con encanto sabemos como hacerlo. ¡Escucha! regresa a eso del Laberinto y Cortázar. Sospecho que podrÃa resultar interesante. DedÃcale aunque sea media hora. Hazlo por mÃ, Ana querida. Y luego hazme caso: hurta esas palabras. Trata de construirlo asÃ. Ya que te las han regalado…
Esta bien. Lo haré. Pero no vuelvas a dejarme tan sola otra vez, por Dios.
– Ana. De veras que me asombras. No puedes ser tan chiquilla. ¡Ah, y una cosa más. Te prohÃbo terminantemente que vuelvas a hacer lo que hiciste este mediodÃa! A mà ese Él me gusta también ahÃ. Asà que le dejas tranquilo, que se ausente y regrese cuando quiera. Y si te duele te jodes. ¿Me lo prometes?
No pienso contestar a eso. Y me niego por activa y por pasiva a escucharte hablarme como si fueras mi madre. Terminantemente… ‘terminante-mente’. Sabes que odio esa palabra
– Pero Ana, no me hagas reÃr. Si no puedes evitarlo. Todo, querida mÃa, Todo lo que ha sucedido forma parte ya de lo Inevitable. Sà hasta Eli acaba de reÃrse de ti hace unos minutos. Ella tenÃa razón y no dudamos de que estuvieras muy jodida pero ahora ya estás contenta y no sé porque te empeñas en disimularlo. Es más, si no fueras tan infeliz habrÃas aprovechado mejor la ocasión.
Mira demonio…
– Ana… no te molestes en amenazarme. Ya sabes que conmigo eso nunca funciona
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Por: PUBLIRED